La vida corre, y no a medio gas precisamente, sino que lo hace a modo sprint final. Vivimos con la vista puesta en el futuro, fruto de nuestras vidas frenéticas, pasos acelerados, encuentros fugaces y ritmos acalorados. En el centro de la diana se haya “el largo plazo”, quedando en el olvido el presente, de modo que, abandonamos disfrutar la vida real. Aquello que está y no permanecerá. El aquí y el ahora.
Descuidamos la persona con la que estamos compartiendo el café para contestar al mensaje de la siguiente cena, del viaje de verano o del siguiente hito profesional. Una rueda acelerada que gira por inercia y que debemos poner en pausa para saborear los pequeños instantes.
La estancia otoñal en la que te encuentras evidencia el reclamo de disfrutar de los pequeños detalles que nos brinda la vida, para convertirlos en tiempo de calidad y hacer que cada instante cuente en nuestro corazón. Los momentos vividos pasarán a la historia solamente para ser recuperados a modo de recuerdos.
Por eso te digo que seas un abanderado del Carpe Diem. Que disfrutes solo o acompañado. Desde esa fiesta de final de verano, pasando por aquel vino confidente con tu amiga, por la cena de Navidad con los familiares que hace tiempo que no ves o con el peli y manta del domingo, porque ese tiempo desaparecerá, como lo hacen las setas al terminar el otoño.